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El origen del amor
¿Qué es el amor y por qué lo sentimos? Sin lugar a dudas, todos nos hemos hecho esta pregunta en algún momento de nuestra vida. Quizá durante la pre adolescencia luego de transitar la ilusión y término del primer amor, o tal vez antes de tomar una decisión que nos marcará para siempre, como el matrimonio o la unión con una persona especial.
En el mejor de los casos, el amor es una bendición mixta, en el peor, una maldición. El amor hace que las personas inteligentes actúen como tontas. A veces causa dolor y amargura. A veces nos rompen el corazón, tanto en el amor romántico como dentro de la familia que nos vuelve locos, o los amigos, que también pueden decepcionarnos.
Los seres humanos estamos programados para unirnos entre nosotros. Esto podría indicar que la capacidad de amar evolucionó, debido a que la selección natural favoreció el cuidado mutuo. Los fósiles nos han dado indicios de que el amor evolucionó hace cientos de millones de años, ayudando a nuestros ancestros mamíferos a sobrevivir en la época de los dinosaurios.
Los seres humanos tenemos vidas emocionales complejas. El amor romántico, ese vínculo a largo plazo entre machos y hembras, es inusual entre el resto de los mamíferos. También somos inusuales en la formación de relaciones a largo plazo con personas que no pertenecen a nuestra familia; es decir, los amigos.
Pero los humanos y todos los demás mamíferos comparten un tipo de amor, y este no es otro más que el vínculo entre una madre y su descendencia. La universalidad de este apego sugiere que esta es la forma ancestral original de vínculo, el primer tipo de amor, del cual evolucionaron todos los demás. Entonces, este sería el origen del amor, o al menos hasta ahora, es la versión más aceptada.
La evidencia del vínculo entre padres e hijos aparece hace unos 200 millones de años, en los últimos períodos del Triásico y del Jurásico temprano. Los fósiles de Kayentatherium, un proto-mamífero jurásico de Arizona, conservan a una madre que murió protegiendo a sus 38 bebés. Para que exista este comportamiento, primero tuvieron que evolucionar los instintos tanto de la madre como de la descendencia.
En animales primitivos como los lagartos, los padres no son exactamente paternos. Una madre dragón de Komodo abandona sus huevos, dejando que las crías se las arreglen solas. Si alguna vez conoce a sus crías, es probable que intente comerlas, mientras que los dragones de Komodo son caníbales.
Así que la protección de las crías requirió que la madre desarrollara instintos para ver a sus crías pequeñas e indefensas como cosas a proteger, no como una presa fácil, al mismo tiempo que la descendencia debió evolucionar para ver a mamá como una fuente de seguridad y calidez, no de miedo.
La asociación madre-hijo fosilizada de Kayentatherium implica que esta evolución instintiva ya había ocurrido. Pero Kayentatherium probablemente no era una madre cariñosa, ya que con 38 criaturas, probablemente no podría alimentarlas o dedicar mucho tiempo a cada una de ellas.
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