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Cómo se inventó el romance
El amor es lo que nos une, y la falta de amor nos separa. Así parecemos entenderlo la mayoría de las personas en la actualidad, pareciéndonos descabellado pensar por ejemplo, en comprometernos o casarnos con una persona sin tener sentimientos de amor por ella. Sin embargo, hubo un tiempo en el que el amor no jugaba el papel fundamental que ahora tiene.
En la antigua Grecia, el consentimiento del matrimonio se otorgaba por el padre de la novia, mientras que a ella no se le permitía tener una opinión propia. Era su padre quien tenía que estar convencido del interés o beneficio que traería la unión de su hija con una familia rica y prestigiosa, o al menos digna. Sin embargo, la capacidad de seducir y convencer a la joven de que era amada podía hacer que aceptara con menor dificultad esta situación, que la dividía entre la simple atracción física y el puro cálculo del interés.
Durante la Edad Media, la Iglesia Católica instituyó el sacramento del matrimonio, suponiendo que la bendición dada a los cónyuges ayudaría a trascender el amor físico en uno más espiritual. Entonces, dado que se suponía que el amor verdadero era una consecuencia de la boda religiosa, resultaba menos necesario y más aceptable el no tener verdaderos sentimientos por la persona con quien se estaba a punto de casarse, ya que se suponía que el amor surgía en el matrimonio y del matrimonio, de modo que los sentimientos que se sentían antes de ocurrido éste, tenían poca importancia.
A finales del siglo XI ya lo largo del siglo XII, cuando los poetas del sur de Francia inventaron el amor cortés, este sentimiento surgió como un tema esencial en las relaciones entre hombres y mujeres. El amor cortés era una idea nueva, y de hecho, revolucionaria, que se oponía al matrimonio y su sacramento. Con esta concepción, el amor verdadero solo existía en forma casta y no estaba ligado al matrimonio, porque el matrimonio era solo la glorificación y santificación de un amor físico y ordinario.
En 1939 Denis de Rougemont, con su famosa tesis dedicada al mito del amor, mostró que el amor caballeresco hacia una dama noble es principalmente simbólico, ya que representa la parte espiritual y angelical del ser humano, el verdadero yo.
De esta manera, propuso que las historias y los personajes de las primeras novelas como Tristán e Isolda simplemente reflejaban la aventura del hombre en la conquista de su propia alma. Esta herejía espiritual estaba oculta bajo la apariencia de valentía y amor romántico.
Sin embargo, el sentido profundo de estas primeras novelas se desvaneció progresivamente y el mito del amor se generalizó hasta convertirse en un requisito que debe cumplirse en todo momento. Las actuales y dramáticas estadísticas de la incidencia del divorcio son consecuencia de este mito que se ha convertido en una tiranía para los auténticos sentimientos, pues se basa en la premisa de que el amor se debe a todos y se espera en todo momento.
Todos reclaman el derecho a un amor similar al que se ve en películas y novelas, pero esto es solo un pálido reflejo del mito inicial cuyo significado ahora se ha perdido. En consecuencia, las personas vivimos con la nostalgia del amor perfecto, el maravilloso, el que nos hace felices para siempre, pero que continuamente se nos escapa porque hemos olvidado que el amor verdadero se encuentra principalmente en nosotros mismos; es ahí donde debemos buscar.
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