El cumplimiento de un ciclo o meta siempre es especial, y en la mayoría de los casos se trata de ocasiones dignas de fiesta y celebración. Uno de ellos son las graduaciones, pues se trata del evento de culminación de varios años de preparación académica, especialmente en los niveles de preparatoria y universidad.
Para los futuros universitarios y los nuevos profesionistas, en la fiesta de graduación se coronan todos sus esfuerzos, y se comparte con familiares y amigos el sentimiento de éxito. Pero, ¿De dónde viene la costumbre de “tirar la casa por la ventana” cuando se alcanza este logro? Asombrosamente, desde mediados de 1800; ¡Hace casi 200 años!
Como muchas costumbres ancestrales, las fiestas de graduación han sufrido cambios en su protocolo, por lo que evidentemente, ya no se llevan a cabo de la misma manera que en aquél entonces. Esto, principalmente porque en sus inicios se trataba de pomposos bailes en los que la gente de la élite y con gran poder económico hacía derroche de su estatus, por lo que solamente los estudiantes que pertenecían a esas familias podían disfrutarlos.
De acuerdo con las versiones más aceptadas, propuestas por historiadores, fue en el Reino Unido donde se empezó la tradición de celebrar a los jóvenes de las familias más privilegiadas, que concluían su preparación universitaria. Este ritual daba paso a la adquisición de sus nuevas responsabilidades en los chicos, mientras que, para las chicas, era ocasión de conocer pretendientes que, por su nueva condición, vislumbraban un futuro prometedor y eran bien vistos por los ojos de sus padres.
A finales de 1800, en Estados Unidos se adoptó esta costumbre, que fue bien recibida por las comunidades estudiantiles, a tal grado que en poco tiempo ya se celebraban graduaciones en todo el país. Su popularidad hizo que la tendencia se extendiera pronto hacia las universidades del resto de los países americanos.
Debido al éxito de las graduaciones universitarias, las escuelas secundarias adoptaron la fiesta y a inicios de 1900, empezaron a implementar lo que denominaron como la hora del té, para que los jóvenes pudieran convivir y compartir sus intereses. Posteriormente, poco antes de mediados del siglo, transformaron esta hora en un banquete anual, donde además se podía bailar y convivir con menos gala que en las graduaciones unviersitarias.
Con el paso del tiempo, las ceremonias de graduación se han adaptado a los gustos y necesidades de cada lugar en las que se celebran. Sin embargo, su esencia se mantiene, pues se trata de un momento para recordar anécdotas, plantearse proyectos y compartir con los seres queridos el sentimiento de celebración por el cierre de una de las etapas más importantes en la vida de toda persona.
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